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dalih

Cuando nos quedamos solas (quinta parte)

La señora Schüller sabe que mi papá está haciendo lo mismo que Siegfried, ese joven que varias veces vi venir por la calle dirigiéndose con paso seguro a casa de Mónica, se notaba un gran amor en sus miradas, en algunas ocasiones mi vecina me pidió que los acompañara a tomar un helado, y yo iba encantada, además de que nos acompañaba el hermano menor de él, el apuesto Josef quien me hacía compañía a mí.
Mi mamá se ha tranquilizado con la carta de Siegfried, que aunque no menciona a papá, ella supone esté bien, para mí, las líneas leídas hace unos instantes, no son nada alentadoras, cuánto miedo tendrá que dice que pronto estará cerca de las estrellas, seguro ve la muerte cerca de él. A mí no me ha infundido nada de calma, por el contrario me ha inquietado.
Tal vez mi progenitora ya se haya resignado a no volver a ver más al señor Kulbus, quizá sus nervios ya no le permiten pensar en nada más negativo que lo que tiene metido en la cabeza.
Yo me muero, me muero pensando en mi padre y en mi familia completa, imaginando a los miles de hombres que mueren día a día, hasta cuándo irá a terminar todo esto. Si al menos tuviéramos noticias de lo que está pasando allá. Creo que ya no veré otra vez a mi Alemania restaurada, con su cielo azul y en la noche brillando las estrellas.
Alemania sucumbe, de Hitler no se sabe mucho.
Llegó una carta de papá hace algunos días, la guerra sigue avanzando y el futuro de Alemania sigue siendo incierto, lo que se ha sabido es que ahora no somos una Alemania sino dos, la República Federal Alemana y la República Democrática Alemana.
Además, ya todo mundo nos ataca, Francia y Gran Bretaña declararon la guerra a nuestro país y seguimos sin que nuestro presidente responda a uno solo de nuestros cuestionamientos. Nada, no dice nada.
Se ventilan noticias de todo tipo, que si Eva Brawn, la queridísima amante de Hitler se suicidó y éste junto con ella, de ser así, ya entiendo porque no lo veamos, y otros dicen que lo que pasa es que éste sufrió otro atentado y que ya nadie lo respeta.
Mientras que los soldados alemanes invadieron Polonia, nosotros estamos invadidos por todos lados de estadounidenses, de ingleses, de franceses, de rusos, de todos, ya nadie respeta a este país.
Debo bajar a acompañar un momento a mi mamá, además tocan la puerta con mucha insistencia y ella no se moverá a abrir.
Es el señor Heinrich, teníamos tanto tiempo de no verlo que me da un gusto enorme que esté aquí.
“Traigo noticias nuevas, muy nuevas de lo que está pasando. Quisiera no ser yo quien dé tan lamentables informes...pero me considero como parte de la familia Kolbus y debo decirles a estas dos damitas qué ha ocurrido”.
En ese momento, mamá dejó de hacer el té, se acercó al pobre viejo y lo tomó de la camisa, le gritó desesperada que diera su anuncio y dejará de atormentarnos con su lenta lamentación. Jamás la había visto así de furiosa, de triste, y desconcertada.
Parece que todo se le hubiese juntado en un mismo momento. Para nada parecía que fuera a calmarse.
Me acerqué a ella y traté de animarla, mis esfuerzos fueron en vano. Lloraba y gritaba tanto. Al fondo de su alma y su corazón la resignación no había llegado como trataba de aparentar.
Ante esta actitud de mi madre, el señor Heinrich se ha quedado callado por largo tiempo, ella acaba de sentarse en el sillón en el que mi papá solía recostarse a descansar y parece calmarse, la tranquilidad está llegando a su interior. Mientras tanto este buen hombre ha tomado aire para continuar con la noticia que viene a darnos.
“Perdone señora que la haya alarmado de tal forma antes de decirle lo que tengo que hablarles, pero es que hasta a mí me ha colmado el corazón todo lo que ocurre y no supe cómo empezar a hablar”.
El pobre viejo temblaba y su voz se escuchaba quebrantada por el llanto que se estaba ahogando en su garganta, pero pudo proseguir.
“Señora, señorita”, dijo dirigiéndose a nosotras, “nuestro líder nacional ha sido asesinado o se ha suicidado, eso es lo que se está comentando, pero el peor problema no es ése, sino que muerto éste las tropas quedan casi sin resguardo y cualquier cosa puede suceder, como está pasando ya.
“El día de ayer, 7 de mayo, Alemania ha firmado la rendición y esta mañana ha salido publicada la lista de los muertos en el combate de la última semana y otra lista con los nombres de los que han sido presos”.
¿En qué lista se encuentra mi marido?, atinó a decir mi madre.
“No quisiera atreverme a decírselo Susanne, y quizá estas palabras le den la respuesta, me duele tanto como a usted la pérdida de tanta pobre gente y entre ellas la ausencia que nos dejará el señor Kolbus. Por desgracia, el área en que estaban situados los hombres que daban las señas del cielo fue bombardeada por los ingleses y no quedaron ni rastros de los cuerpos, la armada ya hace una revisión del lugar y esperan encontrar algo en el transcurso de este día”.
Sentí desfallecer, esta vez lloré tanto que creo haberme desesperado más que la pobre mujer que estaba recargada en mi hombro sollozando tan en silencio que sólo su respirar se sentía.
Este anciano se ha retirado para dejarnos llorar la muerte del señor Adolf Kolbus, ahora sólo nos queda esperar que algún día nos hagan llegar los restos del cuerpo de mi papá.
Así como mi familia se quedó sin su pilar principal, así mismo otras familias han quedado desamparadas, esperando que Dios se apiade de nosotras y de tantas mujeres que solas hemos quedado.
Van a transcurrir los años y yo seguramente formaré mi propio hogar, y en algún momento tendré que contar a mis hijos el fin que su abuelo tuvo sin comprender ni ellos ni yo el motivo de tanto rencor entre naciones, llevar a cabo tal masacre para al final no conseguir nada de lo que se buscaba al inicio de la guerra.
9 días hace hoy que Heinrich Zur Linde nos dio la trágica noticia, y llega un hombre a darnos un cofre de madera con cenizas que simbolizan el cuerpo de mi padre. Con la pequeña caja viene una insignia en su honor y un mensaje con un emblema que versa “por la honorable causa de su fallecimiento”, en el cofre dice “A quien dio su vida por la nación alemana”.
Me han dado ganas de gritar a este hombre, pero he pensado que él no tiene la culpa de nuestro sufrimiento. Mi madre me ha dicho que esta tarde iremos con el cofre a la iglesia para ofrecer una misa en memoria de mi padre, a esa liturgia asistirá también Mónica, mi vecina, para llorar amargamente la muerte de su prometido, ése que se sentía ya tan cerca de las estrellas.
Las insignia ha sido colgada por mi madre en la cabecera que fuera de ese hombre que, irónicamente, dio su vida por su nación.

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